Ninguno
Pandemia, pobreza e informalidad
02 de septiembre de 2020

​Nada muestra con mayor precisión el duro mazazo que el Covid-19 ha representado para el Perú, que el impacto de la pandemia sobre los niveles de pobreza del país. Todo lo que con mucho esfuerzo y año tras año se había logrado en términos de reducción de la pobreza, se ha esfumado en solo unos meses debido a esta crisis.​ 


Oswaldo Molina, Profesor e Investigador de la Universidad del Pacífico

Fuente: Semana Económica​

Nada muestra con mayor precisión el duro mazazo que el Covid-19 ha representado para el Perú, que el impacto de la pandemia sobre los niveles de pobreza del país. Todo lo que con mucho esfuerzo y año tras año se había logrado en términos de reducción de la pobreza, se ha esfumado en solo unos meses debido a esta crisis. Así, según estimaciones de la CEPAL, se espera que 25% de la población se encuentre en situación de pobreza, un retroceso de ocho años. Cuando buscamos entender por qué la crisis generada por el coronavirus ha golpeado tan fuerte nuestra economía, la informalidad ocupa un lugar preponderante en las respuestas de los analistas y expertos. Y es que justamente la informalidad, que alcanza a siete de cada diez peruanos en el mercado laboral, nos ha hecho más vulnerables y nos ha restado capacidad para enfrentar la crisis. 

Ahora bien, ¿por qué es tan extendida la informalidad en nuestro país? Creo que un primer punto de partida es entender que la informalidad puede ser comprendida como la expresión de la desigualdad, pero trasladada al mercado laboral. El Perú, como América Latina en su conjunto, es enormemente inequitativo. Y eso se refleja precisamente en el ámbito laboral en enormes diferencias en las productividades. Tenemos, de este modo, el reducido mundo formal con alta productividad, que convive con una mayoría informal con bajísimas capacidades. Para entender el abismo que separa ambos mundos, basta con indicar que, como señalan Jaramillo y Ñopo, la productividad de un puesto de trabajo en una empresa con menos de 5 trabajadores equivale solo al 6% de la productividad de un puesto de trabajo en una empresa con más de 50 trabajadores. Frente a esta realidad, creo que el verdadero fracaso de nuestro país es no haber logrado construir un Estado que incorpore a estos ciudadanos y unos servicios públicos -llámese instituciones, infraestructura, pero principalmente servicios de educación y salud- que ayuden a cerrar estas brechas. Entendido este punto, podemos comprender cuán profunda es en realidad nuestra debilidad. 

Hoy el coronavirus solo viene desnudando tristemente esta debilidad: a la par del aumento estimado de la pobreza, se tiene una considerable reducción del empleo. Se estima que en lo que va de la pandemia ya se han perdido casi 6 millones de puestos de trabajo, por lo que es de esperar que se precarice aún más nuestro mercado laboral y aumente los niveles de informalidad. ¿Qué podemos hacer frente a este panorama? Trabajar en dos frentes. En el corto plazo, reaccionar a esta emergencia protegiendo tanto los puestos de trabajo, como a los trabajadores. En el primer caso, ayudando directamente a las empresas a sobrellevar esta dura coyuntura, en especial en sectores muy afectados. Ayudando a las empresas, sin importar su tamaño, protegemos finalmente el empleo. Aquí, medidas focalizadas que promuevan el empleo formal, como ciertos subsidios específicos, pueden ser claves. Pero eso no basta: junto con la protección de los puestos de trabajo, es fundamental proteger también a los trabajadores y sus familias. Esta crisis viene mostrando cuán vulnerable seguían siendo aquellos hogares que habían logrado sobrepasar la línea de pobreza. Esa ´clase media´ que se venía formando. Esta coyuntura debe ser entendida, por tanto, como el punto de partida para construir un sistema de protección social más amplio; que incluya aspectos que hoy entendemos que son fundamentales, como la inclusión financiera. Este es el primer frente en el que debemos concentrar nuestros esfuerzos. Las acciones urgentes e inmediatas que nos ayuden a paliar los efectos de la crisis. 

​​No obstante, una crisis de esta magnitud puede hacernos perder la perspectiva. Concentrados en “salvar el pellejo”, el largo plazo puede parecernos hoy una quimera. Y, sin embargo, lograr superar nuestra debilidad estructural como país, implica precisamente empezar o sostener reformas en sectores como salud y educación -por ejemplo, la reforma universitaria-, de modo que podamos reducir esas brechas que nos hacen tan vulnerables. Esto puede ser particularmente difícil en estos momentos. En medio del desconcierto originado por la crisis, es natural que medidas populistas o que solo se enfocan en el corto plazo tiendan a proliferar. Así que este es justamente el segundo frente al que debemos prestar atención: proteger el largo plazo. La crisis pasará, pero las medidas que tomemos hoy pueden determinar el país que tendremos en las siguientes décadas.

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Universidad del Pacífico Economía

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