Terminamos el 2022 golpeados por la inestabilidad y la convulsión social en todo el planeta. Las consecuencias sociales y económicas de la invasión rusa a Ucrania se hacen sentir en Europa en forma de crisis energética, China se desacelera, y el incremento de la inflación en Estados Unidos genera preocupación entre los norteamericanos. El Fondo Monetario Internacional advierte que al menos un tercio de las economías del mundo corren el riesgo de caer en una recesión el año que viene. Finalmente, rebrotes esporádicos de la COVID nos hacen tomar consciencia de que el planeta aún no ha sanado.
A nivel local, a pesar de que preservamos una de las tasas de inflación más bajas de América Latina, mantenemos las mayores reservas de divisas de la región (en relación con nuestra economía), y seguimos creciendo -aunque cada vez con menos ímpetu-, es difícil avanzar en la construcción de bienestar para los peruanos, pues nos encontrarnos en una de las más agudas crisis de gobernabilidad de nuestra historia.
Frente a ese panorama, las empresas que operan en nuestro país, en tanto agentes creadores de valor para el conjunto de la sociedad, enfrentan numerosos desafíos. El más obvio es preservar su legitimidad. Ello solo será posible en la medida de que apuesten por la integridad y la coherencia. Y para que esta apuesta resulte ganadora ha de tomar como punto de partida el alineamiento entre su propósito y valores institucionales con los valores de sus colaboradores y con las expectativas de una sociedad que necesita identificar agentes sociales ejemplares.
Con la legitimidad preservada tendrá el combustible para confrontar con éxito otros cuatro retos destacables: 1) la desaceleración económica, cuya atención requiere generar eficiencias y ser creativo en la aproximación a nuevos mercados y a sus segmentos tradicionales de clientes 2) la digitalización y la adopción de nuevas tecnologías, que conlleva a la necesidad de actualizar las habilidades y conocimientos de los empleados, y garantizar la seguridad y la privacidad de la información, 3) atraer, retener y desarrollar el talento, a través de políticas de contratación justas y equitativas, la oferta de oportunidades de desarrollo y crecimiento profesional, y el fomento de una cultura laboral positiva y sana, 3) abordar la diversidad y las primeras señales del cambio demográfico de su fuerza laboral y, finalmente, 4) la adaptación a las regulaciones y expectativas de sostenibilidad, ya que a medida que se enfrenta al cambio climático, la presión que recibirán las empresas para reducir su impacto ambiental irá en aumento, lo que incluye cambios en la regulación que las empresas deberán cumplir.
Atender estos cuatro desafíos, producto de un contexto como el que vivimos, volátil, incierto, complejo y ambiguo, requiere que el líder convierta a la resiliencia en un "músculo" vital que deberá ejercitar si quiere que su empresa sobreviva y se consolide. También requiere coraje, para actuar con prudencia a la hora de enfrentar los riesgos del negocio, pero al mismo tiempo con osadía, para reinventar y cambiar el tablero estratégico y movilizar seis dimensiones clave de una buena gestión: finanzas, operaciones, tecnología, organización, modelo de negocio y reputación.