He parafraseado el título de una reciente obra de nuestro Nobel para tratar de sintetizar en pocas palabras lo mucho que significó Renzo Rossini para la construcción de la actual estabilidad macroeconómica de nuestro país, para el funcionamiento modelo de un sector público de carrera con altos estándares de calidad y vocación de servicio, y para la formación de un sinfín de generaciones de economistas que hoy por hoy llevan las riendas de la actividad económica pública y privada en el Perú.
Renzo merece el título de gran héroe de la gesta por devolverle viabilidad y estabilidad a la macroeconomía peruana en las últimas tres décadas. Lo conocí a principios de los 1980s, en los pasillos de la Universidad del Pacífico, cuando ambos éramos estudiantes que nos apresurábamos a prestarnos de la pequeña biblioteca UP de entonces los voluminosos libros que nos dejaban de lecturas obligatorias y adicionales en clases y que Renzo leía con absoluta dedicación y concentración. Desde entonces reconocí en él las cualidades de un futuro líder intelectual y seguí con atención su sobresaliente desempeño como estudiante de la UP. También me parecía sorprendente (e inalcanzable para mí, una persona que sólo daba con los estudios), el hecho que un alumno tan esforzado y dedicado como Renzo hubiera sido, asimismo, un deportista de nivel competitivo, ¡logrando ser campeón sudamericano escolar de lanzamiento de martillo!
Cuando estaba cursando el tercio final de mi pregrado y tenía que definir por dónde orientarme profesionalmente, nos llegó la feliz noticia que el primer puesto del Curso de Verano del BCR lo había ocupado un alumno de la Pacífico: nada más y nada menos que el mismísimo Renzo Rossini que así lograba el acceso a la chamba más prestigiosa para un economista en aquel entonces (hecho que, felizmente para el país, sigue siendo cierto hasta nuestros días). Allí estaba un camino de éxito que yo trataría de emular y Renzo trató de estimular (recuerdo que él fue uno de los primeros colegas en felicitarme unos años después cuando seguí sus pasos en el curso de verano). Mientras que yo completé un ciclo relativamente corto de trabajo en el BCR y me dediqué a dar vueltas por muchas formas de ejercer la economía, Renzo fijó de manera permanente su centro de operaciones en el Banco Central.
Como joven funcionario, Renzo fue testigo de excepción de las equivocadas decisiones de política económica que condujeron a la hiperinflación a fines de los 1980s. Felizmente, la sólida formación en la Universidad del Pacífico y en London School of Economics lo habían preparado para asumir roles protagónicos en el programa de estabilización de 1990, la reforma arancelaria y la reestructuración de la deuda pública con el Club de Paris en los 1990s, la Ley Orgánica del BCR en 1992, el capítulo económico de la Constitución de 1993, y la exitosa implementación del esquema de metas de inflación en los últimos veinte años.
Julio Velarde, el otro gran artífice de la estabilidad monetaria de la que gozamos en la actualidad, tuvo el singular acierto de identificar a Renzo como ese brillante economista que podía liderar al gran equipo de profesionales del BCR por los senderos de la sensatez y prudencia macroeconómica. Los logros de estos 25 años de estabilidad han sido ampliamente reconocidos, destacando una tasa promedio anual de inflación inferior al 3%, un nivel récord de reservas internacionales, el desarrollo del sistema financiero, la progresiva desdolarización de la economía peruana, entre otros.
Algunas décadas después, me tocó regresar al BCR a participar en estos últimos dos directorios y, cosas del destino, la vida me brindó la oportunidad de disfrutar y aprender más de la sapiencia y experiencia de Renzo, durante cada jueves, todas las semanas a lo largo de varios años. Y ha sido una experiencia gratificante. Encontraba a Renzo siempre de buen humor y dispuesto a charlar de economía y de casi cualquier tema de interés nacional con solvencia, pero con un prodigioso tablero de control mental que incorporaba todos los riesgos posibles, siempre listo para actuar en caso apareciera cualquier episodio de crisis económica potencial en el frente externo o interno.
Y, a pesar de lo complejo y extenuante de su rol, dirigiendo y haciendo mentoría a cientos de profesionales a cargo de la estabilidad del país, Renzo siempre estaba dispuesto a madrugar y volar a Jesús María para dictar “Política Económica”, el curso de cierre más importante de la carrera, en su querida alma mater. Es una gran lástima que Renzo haya partido tan temprano, en el punto más alto de sus capacidades profesionales y cuando tenía todavía muchísimo por entregar a la economía peruana.
Renzo ha sido un héroe pues se ha ido dándolo todo en el campo de batalla, lidiando con gran destreza, realismo y creatividad en estos nuevos derroteros a los que nos condujo la crisis sanitaria del último año. Y siempre de manera discreta, sin acaparar ni titulares ni medios, poniendo por delante a la institución y el país al que entregó su vida profesional entera y que le debe muchísimo.
Estoy seguro que todos los directores del BCR en las últimas tres décadas, y los miles de profesionales que han pasado y continuaron haciendo carrera en el banco central, coincidirán conmigo en que el legado de Renzo es imperecedero. El mejor homenaje a su memoria será conservar y defender todo lo que se logró durante sus cuatro décadas de entrega al país. ¡Descansa en paz querido Renzo!